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Carlos Martel |
A mediados del
siglo VIII, el Papado necesitaba una espada que defendiera a la Iglesia, y la halló en los descendientes de
Carlos Martel. Su figura, que fue exaltada como el salvador ungido por Cristo en obras como la
Historia langobardorum de Pablo el Diacono, era el apoyo perfecto para sustituir la vieja idea de
Romanitas, el mundo que
Roma modeló, por el nuevo concepto de
Christianitas a cuyo frente estaba el pontífice romano. En el
año 751 se escenificó este cambio en las formas del poder: el hijo de
Carlos,
Pipino el Breve, por aquel entonces mayordomo de palacio de
Neustria y Austrasia, consultó con el
papa Zacarías sobre el destino del reino merovingio. ¿Estaba bien visto por
Roma que el hijo del vencedor en
Poitiers orquestara un golpe de Estado contra el
rey Childerico y asumiera la corona? La respuesta del vicario de Roma,
<< se llega a rey gobernando
>>, era todo lo que necesitaba Pipino para deponer al último monarca merovingio. Religión y política caminaban de la mano, la cruz sostenida por la espada, como quedo patente una generación más tarde cuando, en el
año 800, el
papa León III coronó al hijo de Pipino,
Carlomagno, celebrado como soberano del
Imperio romano de Occidente, restaurado para la ocasión
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Pipino el Breve |
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Carlomagno |