2/19/2018

Versos sencillos



Yo soy un hombre sincero
De donde crece la palma,
Y antes de morirme quiero
Echar mis versos del alma.

Yo vengo de todas partes,
Y hacia todas partes voy:
Arte soy entre las artes,
En los montes, monte soy.

Yo sé los nombres extraños
De las hierbas y las flores,
Y de mortales engaños,
Y de sublimes dolores.

Yo he visto en la noche oscura
Llover sobre mi cabeza
Los rayos de lumbre pura
De la divina belleza.

Alas nacer vi en los hombros
De las mujeres hermosas:
Y salir de los escombros,
Volando las mariposas.

He visto vivir a un hombre
Con el puñal al costado,
Sin decir jamás el nombre
De aquella que lo ha matado.

Rápida, como un reflejo,
Dos veces vi el alma, dos:
Cuando murió el pobre viejo,
Cuando ella me dijo adiós.

Temblé una vez- en la reja,
A la entrada de la viña-,
Cuando la bárbara abeja
Picó en la frente a mi niña.

Gocé una vez de tal suerte
Que gocé cual nunca- cuando
La sentencia de mi muerte
Leyó el alcalde llorando.

Oigo un suspiro , a través
De las tierras y la mar,
Y no es un suspiro, es
Que mi hijo va a despertar.

Si dicen que del joyero
Tome la joya mejor,
Tomo a un amigo sincero
Y pongo a un lado el amor.

Yo he visto al águila herida
Volar al azul sereno,
Y morir en su guarida
La víbora del veneno.

Yo sé bien que cuando el mundo
Cede, lívido, al descanso,
Sobre el silencio profundo
Murmura el arroyo manso.

Yo he puesto la mano osada,
De horror y júbilo yerta,
Sobre la estrella apagada
Que cayó frente a mi puerta.

Oculto en mi pecho bravo
La pena que me lo hiere,
El hijo de un pueblo esclavo
Vive por el, calla y muere.

Todo es hermoso y constante,
Todo es música y razón,
Y todo, como el diamante,
Antes que luz es carbón.

Yo sé que el necio se entierra
Con gran lujo y con gran llanto,
Y que no hay fruta en la tierra
Como la del camposanto.

Callo, y entiendo, y me quito
La pompa del rimador,
Cuelgo de un árbol marchito
Mi muceta de doctor.




Vikingos en primera línea.

Te has desplazado hasta el campo de batalla con veinte kilos a cuestas; hace calor, y tu boca comienza a estar reseca. Te retiras el sudor de los ojos con la manga y, a lo lejos, divisas al enemigo. La luz del Sol hace destellar sus cotas y cascos bruñidos. Tu jarl ordena el avance lento y observas que el enemigo hace lo propio con su tropa.¡ Alto! Todos se detienen y miras a tu compañero, que te sonríe mientras resopla, no sabes si por calor o nerviosismo. Abres la cantimplora y bebes. Sabe a cera de abeja y, aunque tibia, es agua. Un cuerno suena y el bando enemigo estalla como una jauría de perros salvajes. Golpean sus escudos con hachas y espadas y escupen improperios. Tus compañeros responden del mismo modo y tú te unes a los aullidos.El enemigo avanza."¡Skjaldborg!", grita tu jarl, y resuenan los escudos al solaparse y formar un muro. Desenvainas tu espada y vuelves a gritar para liberar la excitación, que aumenta por momentos. Y empieza el avance. Cuando apenas hay cuatro metros de separación, ambos bandos se lanzan con el escudo por delante. Chocan los escudos: la batalla ha comenzado. El choque es ensordecedor y levantas la espada para proteger tu cabeza de posibles golpes. Notas flaquear tu brazo izquierdo y te ayudas con el puño derecho que, aún con el arma en la mano, te sirve para empujar y repeler el empellón del enemigo. Aseguras tus pies en el suelo y aguantas la acometida.

El ruido aturde, tanto que has dejado de oír hace rato; lo único que te preocupa es la mala adherencia de las suelas de tu calzado de cuero. Tu oponente te hace retroceder y ves peligrar la estabilidad del muro de escudos. Si se abre una brecha estará todo perdido. La presión empieza a menguar y, de repente, algo golpea tu espalda, tu escudo cede y tu casco resuena como una campaña. Caes al suelo y te sorprende lo confortable que resulta, a pesar de todas las piedras e irregularidades del terreno. Para ti todo ha terminado, pero la danza de espadas continúa. Alguien cae sobre ti, desconoces si amigo o enemigo. Cierras los ojos y tomas aire. Valquirias, llevadme.


Monumento misterioso



Asomadas al Báltico a lo largo de 67 metros en ystad, en la región sueca de Scania, se hallan las llamadas piedras de Ales Stenar, un enigma arqueológico no descifrado aún.Se trata de 59 megalitos situados en dos filas formando una figura que semeja un barco y, según las pruebas con carbono 14, podrían datarse en torno al año 600. Durante mucho tiempo se consideró un monumento funerario relacionado con un legendario rey vikingo de nombre Ales. Sin embargo, en las excavaciones llevadas a cabo no se han encontrado restos humanos, sino sólo cerámicas y huesos de animales, por lo que se ha descartado que se trate de un enterramiento. Una teoría apunta a la posibilidad de que se construyera en homenaje a la tripulación de un barco naufragado en esas costas. Otra sugiere que fue erigido como calendario; la alineación de las piedras en relación al Sol recuerda a la de conjuntos como Stonehenge. Pero el misterio de este icono vikingo sigue sin resolverse.

Las nornas escandinavas.



De las extrañas analogías que se reconocen entre la religión nórdica y la mediterránea destacan las figuras de las hacedoras del destino, aquellas que hilan la vida de los seres humanos. Tanto para los escandinavos como para los griegos, esa labor recaía en tres mujeres a las que los primeros llamaban nornas, los segundos moiras y los romanos parcas. Las nornas escandinavas habitaban en las raíces del Árbol del Mundo, que regaban con un líquido especial, y al igual que las moiras griegas hilaban el cordón de oro de la vida humana.

La metáfora de la vida como un hilo que se termina cortando era análoga en el Norte y en el Sur del continente, lo que también se acredita con los nombres que recibe el destino en las lenguas germánicas ( wurd) y escandinavas (urdh), claramente relacionadas con el verbo latino que expresa la noción de girar, vertere, como hace la rueca.

Y el antiguo noruego audhna," destino", se entiende como " tejer" en el lituano audmi. Esto, que no deja de ser sorprendente, se explica a través del viejo parentesco entre las lenguas indoeuropeas y parece resultado, no ya de la conservación de una palabra, sino de una metáfora compartida, que debió nacer de un fundamento común procedente de los primitivos indoeuropeos.


Los dos príncipes.



El palacio está de luto
y en el trono llora el rey,
y la reina está llorando
donde no la pueden ver:
en pañuelos de olán fino
lloran la reina y el rey:
los señores del palacio,
están llorando también.
Los caballos llevan negro
el penacho y el arnés:
los caballos no han comido,
porque no quieren comer:
el laurel del patio grande
quedó sin hoja esta vez:
todo el mundo fué al
entierro
con coronas de laurel:
-¡El hijo del rey se ha muerto!
¡Se le ha muerto el hijo al
rey!

En los álamos del monte
tiene su casa el pastor:
la pastora está diciendo
<<¿ por qué tiene luz el Sol?>>
Las ovejas, cabizbajas,
vienen todas al portón:
¡ una caja larga y honda
está forrando el pastor!
Entra y sale un perro triste:
canta allá dentro una voz:
<<¡ Pajarito, yo estoy loca,
llévame donde él voló!>>
El pastor coge llorando
la pala y el azadón:
abre en la tierra una fosa;
echa en la fosa una flor.
-¡ Se quedó el pastor sin hijo!
¡ Murió el hijo del pastor!