4/21/2018

Los primeros musulmanes en Francia.

Si bien es cierto que la presencia musulmana en la península ibérica a principios de la Edad Media está sobradamente documentada y su estudio se fundamenta en multitud de elementos históricos y arqueológicos, no ocurre lo mismo en Francia.Expertos del Instituto Nacional de Investigaciones Arqueológicas Preventivas de Francia (INAP) y de la Universidad de Burdeos hallaron evidencias arqueológicas y antropológicas de la presencia de comunidades musulmanas en Francia, que se remonta al siglo VIII con el hallazgo de veinte tumbas en una zona residencial de Nimes.

Las pruebas de datación radiométrica revelaron que los restos encontrados pertenecían a individuos que habían vivido entre el siglo VII y el siglo IX. La Crónica de Moissac, precisamente uno de los documentos que hablaba del paso de los musulmanes por Francia, es testimonio de su presencia en Nimes desde el año 720.

La posición de los esqueletos hallados en las tres tumbas medievales sigue las tradicionales prácticas funerarias musulmanas, con la cabeza orientada hacia La Meca. El examen genético apoya la idea de que los tres individuos eran de origen magrebí. Los primeros datos sugerían que los esqueletos pertenecían a soldados bereberes que sirvieron en el ejército omeya y que fueron reclutados mientras se producía la expansión árabe por el norte del continente africano.

El falso hombre de Piltdown.


En 1912, Arthur Smith Woodward, paleontólogo del Museo Británico y Charles Dawson, arqueoólogo aficionado, anunciaron el hallazgo de unos restos fósiles que bautizaron como el hombre de Piltdown, porque procedían de una cantera inglesa así llamada.


El propio Woodward tachó el cráneo de eslabón perdido en la evolución del hombre, entre los monos y los humanos. La Sociedad Geológica de Londres, el Museo Británico y destacados científicos lo dieron por válido. Pero al examinar los restos con detalle, algo no encajaba. En 1913, David Waterston, del King´s College, publicaba en Nature un estudio donde anunciaba que el cráneo era humano, pero que la mandíbula pertenecía a un chimpancé



Cuarenta años más tarde, se concluyó que en realidad se trataba de una mezcla de huesos de tres especies: cráneo de hombre moderno medieval, mandíbula de orangután de unos quinientos años y dientes de chimpancé fósil, teñidos para parecer más antiguos. En cuanto a un posible juicio, se apuntó hacia Dawson y algunos científicos que afirmaron la autenticidad del hallazgo, pero nunca se llegó a procesar a nadie.

                                         A Dawson se le atribuyen otros fraudes arqueológicos