5/03/2018

Ricardo III.


La mayoría de juicios existentes sobre Ricardo III han estado muy influidos por las demoledoras acusaciones que sobre el lanzó William Shakesspeare, el cual retrató al rey en sus tragedias históricas como un auténtico monstruo. Poco a poco  parece que vamos sabiendo más del último monarca York.Tras su muerte en Bosworth, Ricardo III fue enterrado a toda prisa y sin ceremonia alguna en la abadía franciscana de Grey Fiars. Pronto comenzó a circular una leyenda que aseguraba que el cuerpo del rey fue arrojado al río Soar, pero tenemos testimonios de vecinos de la zona que en 1612 aún conocían donde se hallaba el lugar de eterno reposo del monarca
  Poco después se perdió la pista a los restos de Ricardo III hasta que estos fueron hallados en 2012 durante las excavaciones de un aparcamiento en Leicester que fue construido sobre los restos de la antigua abadía. Tras el hallazgo del cadáver se lo practicó el análisis de ADN. Mediante un rastreo de su genealogía se consiguió encontrar a uno de sus parientes vivos, un ebanista canadiense llamado Michael Ibsen que desciende de Ana de York, hermana de Ricardo III. La comparación de su ADN demostró el parentesco y así se pudo confirmar que, efectivamente, el cuerpo del último rey York había sido hallado. Tras ello se procedió a un multitudinario sepelio del rey en la Catedral de Leicester, donde fue enterrado en 2015.

A Ricardo III se le ha considerado como un tirano que encarceló y asesinó a sus sobrinos, que pudo estar tras la muerte de su hermano Eduardo IV y que incluso pudo alentar a este a que ejecutase a Jorge de Clarence.Buena parte de la leyenda negra existente en torno a Ricardo III procede de Shakespeare, el cual retrató al rey como un ser ambicioso, solitario, egoísta y malvado. De él llega a decir que nació con dientes y era deforme (hoy día sabemos que padecía escoliosis). Parece ser que Shakespeare se basó en algunas descripciones realizadas por Tomás Moro, canciller de Enrique VIII. Hay que señalar que todas estas historias proceden de la Era Tudor, la cual basa su legitimidad en la derrota de Ricardo III y que es justificada por la necesidad de liberar a Inglaterra del tiránico gobierno de un monstruo. Por ello, las obras  de Shakespeare tienen una clara función apologética destinada a justificar la necesidad histórica de que Enrique Tudor invadiese Inglaterra y pusiese fin a un periodo de guerras civiles que había acabado con la prosperidad inglesa. De ahí la necesidad de retratar al último de los York como un tirano monstruoso

No conocemos la verdad exacta sobre la desaparición de sus sobrinos, aunque  durante unas obras de remodelación que tuvieron lugar en la Torre de Londres a finales del siglo XVII se hallaron los cuerpos de dos niños que se consideraron como los de los príncipes de la torre. Entre la lista de sospechosos de instigar la muerte de Eduardo V y su hermano se encuentran su tío Ricardo III, James Tyrrel, un caballero fiel a la casa York, el duque de Buckingham, Margarita Beaufort y el propio Enrique VII. La ciencia histórica se basa en registros y la leyenda negra existente en torno a Ricardo III ha deformado y descontextualizado su reinado. La historia no es blanca o negra, probablemente nunca sabremos quién estuvo  detrás de la muerte de los pequeños. No se puede descartar en absoluto que el último York estuviese detrás de la muerte de sus sobrinos, pero no hay pruebas concluyentes que nos lleven a establecer dicha conclusión.


  Actualmente la figura de Ricardo III cuenta con una asociación que reivindica su legado y que rechaza los tópicos existentes en torno a su figura. El hecho de que el funeral de Leicester fuese multitudinario puede ser un indicador de que Ricardo III ha dejado de ser visto como el monstruo que antes se pensaba que era. 

El terremoto de L´AQUILA.

                                                                El peligro subestimado

Si el procesamiento de Galileo marcó un antes y un después, el juicio contra los geólogos italianos que formaban parte de la comisión de riesgo del terremoto de LÁQUILA removió los cimientos de la comunidad científica casi cuatro siglos después. El 6 de abril de 2009, un seísmo de magnitud 6,3 sacudió esta localidad italiana, lo que causó 309 muertos y 1.500 heridos. La catástrofe fue precedida por un aumento de microsismicidad que alarmó a los vecinos.


Con anterioridad, se había reunido la Comisión de Grandes Riesgos, un órgano asesor con científicos entre sus miembros. La comisión evaluó el enjambre sísmico y concluyó que el riesgo de que se produjera un terremoto de gran magnitud era bajo, aunque no lo descartó en el futuro. Además, un alto funcionario de Protección Civil que presidía el equipo tranquilizó a la población a través de una entrevista en televisión al decir que los pequeños sismos se debían a una descarga de la energía acumulada.
 Tras el terremoto, en 2012, seis científicos de la comisión y el responsable de Protección Civil fueron procesados y condenados a seis años de prisión por un delito de homicidio involuntario debido a su actuación informativa. "En las imputaciones se citaron motivaciones de negligencia, imprudencia e impericia, y se consideró que los científicos habían vulnerado deberes previstos en una ley en materia de disciplina de información y comunicación pública".La fiscalía calificó la información pública como inexacta, incompleta y contradictoria, y el juez declaró que el proceso de comunicación había frustrado las expectativas para proteger a la población.


Dos años después, un tribunal de apelación anuló las condenas de los científicos y redujo la del responsable de Protección Civil a dos años; hasta entonces la comunidad científica había puesto el grito en el cielo por la decisión de la justicia de condenar a los científicos. La revista Nature publicó un duro editorial e incluso el Consejero Delegado de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia escribió al presidente de Italia para recordarle que "no hay método científico para prevenir terremotos".
  En cualquier caso, lo cierto es que no se les condenó por un fallo en el pronóstico, sino por un error de comunicación científica, los científicos fueron absueltos porque el tribunal de apelación admitió que habían actuado en calidad de asesores de la comisión.