2/18/2018

Los primeros cristianos y los dioses de Roma

En una carta a Trajano, emperador de Roma, Plinio el Joven, gobernador de Bitinia, le comentó: "He seguido el siguiente procedimiento con los que eran traídos ante mí como cristianos. Les pregunté si eran cristianos. A los que decían que sí, les pregunté una segunda y una tercera vez amenazándoles con el suplicio; los que insistían ordené que fuesen ejecutados". También escribió: " Decidí que otros fuesen puestos en libertad". ¿Por que? Porque renegaron de su fe maldiciendo a Cristo y adorando la estatua del César y las imágenes de los dioses que el gobernador había llevado al tribunal.

Las deidades veneradas en el imperio eran tan diversas como los idiomas y culturas que este abarcaba. Aunque a los romanos les resultaba raro el judaísmo, le otorgaron la designación de "religión lícita", que le garantizaba la protección oficial. En el templo de Jerusalén se ofrecían a Dios dos sacrificios diarios(dos Corderos y un toro) a favor del césar y su nación. A los romanos les tenía sin cuidado si esos sacrificios eran para aplacar a una o varias divinidades. Lo que les importaba era que daban prueba suficiente de la lealtad de los judíos al imperio.

El paganismo dominaba en todo el imperio y adoptaba múltiples formas en cada localidad. La mitología griega era ampliamente aceptada, lo mismo que la adivinación. Y de Oriente habían llegado las llamadas religiones mistéricas, o de los misterios, las cuales prometían inmortalidad, revelaciones directas y unión con las divinidades mediante ritos místicos. Estos cultos se habían esparcidos por todo el imperio. Para los primeros siglos de nuestra era se había vuelto también muy popular la veneración al dios Serapis y la diosa Isis(Egipto), a la diosa pez Atargatis( Siria) y al dios solar Mitra ( Persia).

Al ir creciendo el imperio, los conquistadores adoptaron nuevas deidades, a las que tomaron como variantes de los dioses tradicionales. En vez de eliminar los cultos extranjeros, los asimilaron. La mezcla resultante reflejaba la diversidad cultural que existía. Para los romanos, la adoración era algo que, en vez de tributarse a un solo dios, podía dirigirse a varias divinidades al mismo tiempo


La deidad suprema de la nación era Júpiter, quien recibía por ello el sobrenombre de " Óptimo Máximo" (el mejor y mayor de todos"). Se manifestaba, según se creía, a través del viento, la lluvia, los relámpagos y los truenos. Tenía por esposa a su hermana Juno, la cual estaba ligada a la Luna y era considerada protectora de las mujeres en todo aspecto de la vida. Su hija Minerva era diosa de las artes, la artesanía, los oficios y la guerra.

Como se creía que todos los actos de la vida pública y privada estaban sujetos a la voluntad de los dioses, se ofrecían rezos, sacrificios y fiestas a aquellos que pudieran conceder el éxito en una determinada empresa.

A finales del siglo II antes de nuestra era, Roma había llegado a identificar sus principales divinidades con las del panteón griego. Y junto con los dioses griegos se habían adoptado sus leyendas, en las que no salían nada favorecidos, pues aparecían con los defectos y limitaciones propias de los humanos.

El culto al emperador tuvo sus comienzos durante el reinado de Augusto, que abarcó del año 27 antes de nuestra era al 14 de la era común. Aunque Augusto no permitió en vida que lo llamaran dios, insistió en que se adorara a la personificación del imperio, la diosa Roma. No obstante, el propio Augusto fue deidificado tras su muerte. El nuevo culto imperial no tardó en difundirse por todas las provincias, convirtiéndose en un gesto de homenaje y lealtad al Estado.

Dominicano, cuyo reinado se extendió desde el año 81 hasta el 96 de nuestra era, fue el primer emperador que exigió ser venerado como Dios. Para entonces, los romanos ya distinguían bien a los cristianos de los judíos, considerándolos una secta nueva y haciéndolos el blanco de su oposición.

Puede que para aquellos años el gobierno de Roma ya ordenara a los cristianos que participaran en los ritos de la religión estatal. Fuera o no así, en el año 112 Plinio ya se lo estaba exigiendo a los cristianos de Bitinia, como vimos en la carta de Trajano mencionada al principio, alabó la forma en que Plinio había atendido los casos llevados ante él, y le mandó imponer la pena capital a los cristianos que rehusaran adorar a los dioses romanos. Para los romanos, era inconcebible que una religión exigiera devoción exclusiva. Si los dioses romanos no lo pedían, ¿Por qué había de hacerlo el Dios de los cristianos? Además, el culto a las divinidades imperiales se consideraba un simple reconocimiento del orden político. Por consiguiente, se tomaba como traición la negativa a realizar dichas ceremonias.

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