3/31/2019

Rutka Laskier.

La Ana Frank polaca


La doctora Zahava Scherz descubrió una fotografía de una adolescente muy parecida a ella; movida por la curiosidad, investigó quién era aquella muchacha y descubrió que se trataba de Rutka Laskier, una hija del primer matrimonio de su padre, asesinada en el holocausto. De esta manera, en el año 2006, salió a la luz el diario que Rutka escribió entre febrero y abril de de 1943, a sus catorce años de edad, en el gueto judío de Bedzin, bajo la ocupación militar nazi. El cuaderno estuvo escondido bajo la escalera de Stanislava Sapinska, la mejor amiga de Rutka, quien conservó lo conservó durante más de sesenta años. Actualmente, el manuscrito original se encuentra en el Museo del Holocausto en Yad Vashen, Jerusalén.
Stanslawa Sapinska

  Un documento excepcional destinado a todos aquéllos que consideran que recordar es importante para que no se repita la historia.  La opresión, las privaciones, la explotación, el miedo, las redadas, y lo hace desde una perspectiva fresca y vivida, la de una adolescente con una intensa actividad social que descubre el amor y la sensualidad en medio del horror. Por eso, su crónica es un carrusel de emociones; unas veces poético y otras atroz, pero ni una sola vez le pierde la cara a la vida, ni a pesar de saber que el destino final eran los campos de exterminio nazis.
   Lo más probable es que hubiera cogido el cólera. Sólo eso explicaría que su ya maltrecha belleza, que aun así llamó la atención del temible doctor Mengele, se marchitara con tanta rapidez. A sus 14 años se consumía por momentos. Zofia Minc, de edad parecida, dormía cerca. Se hicieron amigas en la desgracia. Según su relato, ella misma la tuvo que transportar en una carretilla hacia el horno crematorio. "Aún consciente, Rutka le rogó que la dejara junto a la alambrada del campo para electrocutarse: una muerte supuestamente menos dolorosa que la de arder viva, "pero un SS que iba detrás nuestro con un fusil no me dejó".
Jakub Laskier y Dwojra (Dorka) Hampel con sus hijos, Rutka y Heniuś.

El horror que se cebó en Rutka es uno más de los que pueblan los informes del Instituto Histórico Judío de Varsovia,  parece que  no murió gaseada inmediatamente cuando llegó a Auschwitz el mismo agosto de 1943, como les ocurrió a su hermano pequeño y a su madre, sino que falleció unos meses después, quizá en diciembre, según el testimonio de la niña superviviente que la conoció.
   Con letra muy pulcra, ligeramente inclinada a la derecha y muy decidida, casi sin tachaduras, Rutka Laskier llenó apenas 60 cuartillas de una libreta entre enero y abril de 1943. La joven polaca de origen judío intuía el Holocausto y su propio final: sólo hacía falta mirar y escribir lo que ocurría en las calles del gueto de Bedzin donde vivía, una ciudad minera con 25.000 judíos y a 40 kilómetros de Auschwitz y de las cámaras de gas de Bierkenau.

"Ah, olvidaba lo más importante. Vi con mis propios ojos cómo un soldado arrancaba a un bebé de las manos de la madre y le abría la cabeza a golpes contra un poste de electricidad. Los sesos de la criatura salpicaron la madera. La madre enloqueció. Ahora lo escribo como si no hubiera pasado nada, tengo catorce años, todavía he visto poco en la vida; sin embargo, ya me he vuelto tan indiferente…", escribe Rutka. Una cruel realidad analizada con la lucidez que quizá sólo puede tener un adolescente y los temas que le son propios a esa edad fluctúan con tormentosa naturalidad en el cuaderno. Por eso es lógico encontrar la anotación sobre un primer beso aplazado o sobre el deseo de que unas manos ajenas se deslicen por su geografía: "Creo que me estoy haciendo mujer. Ayer, cuando me daba un baño y el agua acariciaba mi cuerpo, anhelé las caricias de otras manos… No sé lo que esto significa, ya que jamás había experimentado nada similar hasta ahora. Creo que a Janek le gusto mucho, pero, para mí, ni frío ni calor". Si Dios existiera, no permitiría que seres humanos fuesen arrojados vivos a hornos crematorios ni que aplastaran las cabezas de niños pequeños a golpes de culata (…) Al final, esto se parece a un cuento de la abuela: quienes no lo hayan visto no lo van a creer, pero no es ningún cuento, es la verdad. Basta recordar a ese viejecito a quien pegaron hasta dejarlo inconsciente por haber cruzado mal la calle. "Eran las cinco y media cuando salimos. Miles de personas abarrotaban las calles. Llegamos al lugar a las seis y media y nos las arreglamos para conseguir buenos asientos en un banco. Nuestro ánimo estuvo bien hasta las nueve. Entonces me asomé a la valla y vi soldados con ametralladoras apuntando a la plaza por si alguien pretendía escapar. Los adultos se desmayaban y los niños lloraban. El Día del Juicio empezó enseguida". "Hacía un calor espantoso", prosigue en su cuaderno, "y la gente tenía sed, pero no había ni una gota de agua por allí. Entonces, de pronto, comenzó a llover a cántaros y siguió lloviendo todo el tiempo. (…) A las tres de la tarde comenzó la selección: ('1') significaba regresar a casa; ('1a'), ir a trabajos forzados, lo cual era mil veces peor que la deportación; ('2') significaba 'revisión posterior', y ('3'), la deportación, o, dicho en otras palabras, la muerte. Nos presentamos para la selección a las cuatro. Entonces comprendí qué significa una desgracia. Mamá, papá y mi hermanito fueron enviados al grupo 1, y yo, al grupo 1a. Caminé como en trance hacia mi grupo, donde ya estaban Salek, Linka y Mania. Lo más extraño de todo es que ninguna de nosotras lloraba nada, nada en absoluto".
Yaacov Laskier, además de perder a su esposa y sus dos hijos, también vio morir a sus ocho hermanos. En 1947 intentó rehacer su vida y se casó de nuevo; tuvo una hija, Zahava, que supo que había tenido una hermana a la misma edad que Rutka escribió su diario. Yaacov falleció en 1986 sin saber de la existencia del cuaderno de su primera hija.
Yaacov Laskier con su hija zahava y su mujer

Este diario ejemplifica la capacidad del ser humano para mirar cara a cara a la atrocidad sin perder la dignidad ni la esperanza de un futuro mejor. La humanidad avanza gracias a que por cada déspota surgen miles de héroes anónimos, dispuestos a aportar vida donde otros siembran muerte

Zahava Scherz

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