4/02/2019

Irene de Atenas




En noviembre del año 769, una joven Irene, de apenas 16 años, llegaba desde Atenas a Constantinopla a casarse con el hijo del emperador de Bizancio.
Según la leyenda, Irene, famosa por su belleza, tenía un origen muy humilde, se dice era hija de una hilandera, pero la suerte había hecho que la apadrinara un pariente sacerdote con grandes influencias. El emperador Constantino V la había escogido para esposa de su hijo, el coemperador León IV, que acababa de cumplir 19 años, con el fin de reforzar los vínculos entre la capital imperial y la provincia de Grecia.
Dos años después, en 771, nacería su hijo, el futuro Constantino VI y tan solo 9 años después quedaría viuda asumiendo la regencia. La emperatriz, que dominaba plenamente a su hijo del mismo modo que lo había hecho con su marido,  tomó las riendas y, con la colaboración de sus eunucos de confianza, Ecio y Estauracio, supo deshacerse fácilmente de sus enemigos: los cinco hermanastros de su difunto marido. La solución fue hacer que fueran ordenados sacerdotes, condición que les impedía reinar.

De este modo, Irene inició su reinado. Era la primera mujer que ocupaba el trono bizantino. De ella se cuenta que fue una gobernante ejemplar, que frenó a los sarracenos e hizo la paz con el califa Harun al Raschid. Además, se la reconoce por haber restaurado el culto a las imágenes y declarado herética la doctrina iconoclasta. Irene y el joven Constantino IV fueron aclamados como sucesores de Elena y Constantino El Grande, los primeros emperadores cristianos de Roma. Todo estos movimiento políticos de Irene iban relegando del poder cada vez más a Constantino VI, que legalmente ya podía gobernar en solitario.Irene entonces decidió exigir a las tropas un juramento de fidelidad a su persona, por el cual no reconocerían como legítimo emperador a su hijo mientras ella estuviese viva. El ejército de la capital aceptó, no así el de las provincias, con lo cual, hubo un golpe de estado e Irene se vio obligada a renunciar al poder en el 790 (aunque siguió manteniendo numerosos apoyos). Pero este destierro duró apenas un año, puesto que sin quedar muy claro por qué, su hijo volvió a llamarla a Palacio, concediéndola el título de Augusta y gobernando juntos como coemperadores.

Sin embargo, Constantino VI fue perdiendo apoyos debido a los errores cometidos durante su gobierno así como por ciertos escándalos en su vida personal (dejó a su esposa para vivir con una de las damas de Irene, lo que fue considerado adulterio y repudiado por gran parte de la sociedad bizantina). Irene aprovechó esta situación y tras conseguir controlar al ejército, hizo detener a su hijo. Fue llevado al conocido como salón púrpura, la Pórfira, donde 27 años antes Irene había dado a luz a su hijo. Fue allí donde mandó que le sacaran los ojos. En Bizancio las mutilaciones tenían un fuerte contenido simbólico, por ello, se consideraba que un emperador ciego no tenía la capacidad de reinar puesto que no podría dirigir al ejército. El lugar elegido para esta mutilación sigue dentro de esa importancia simbólica, donde Irene le había dado la vida, y por tanto, la capacidad de reinar, era el mismo lugar donde se la arrebataba. Acababa así el gobierno de la dinastía Isauria. Por tanto, a comienzos del siglo IX, nos encontramos a Irene como emperatriz de Oriente y a Carlomagno como emperador de Occidente. De hecho, en el año 802, Carlomagno envío embajadores a Bizancio proponiendo matrimonio a Irene para volver a unir Oriente y Occidente. Y aunque esto quizá hubiese consolidado la frágil situación de Irene, un golpe de estado frustró estos planes. Este golpe de estado depuso a Irene y colocó en el trono imperial a Nicéforo, su antiguo ministro de finanzas. Irene fallecía al año siguiente en su lugar de destierro en la más absoluta miseria. Una mujer poderosa, cruel e intrigante. A pesar de su cruel crimen, los cristianos ortodoxos la veneran como santa y,  cada agosto celebran su memoria como la restauradora del culto a los iconos.

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